El paripé de Puigdemont, retrato de un país
Sólo en un país enfermo hasta el tuétano puede darse semejante espectáculo sin que pase nada.
Sólo en un país enfermo hasta el tuétano puede darse semejante espectáculo sin que pase nada.
Si el propio Gobierno español odia a su país y se vende a los separatistas, ¿cómo nos van a tomar en serio nuestros enemigos?
«La democracia no es tanto el imperio de las palabras como el de las mentiras».
Hay que entender que el nacionalismo catalán es insaciable por su propia naturaleza. Su determinación es total, tienen una meta, una idea clara. Justo lo que no tiene Sánchez.
Imaginen que todo lo que lleva haciendo el nacionalismo catalán 40 años, se hiciera en una supuesta Tabarnia que busca separarse de Cataluña.
Organizan un referéndum ilegal e intentan impedir la labor policial. Cortan carreteras, vías de tren, provocan disturbios, protagonizan agresiones… y además pretenden que les salga gratis. ¡Como los niños!
Les coses que no passen en un país normal.
El nacionalismo tiene en el «procés» un proyecto totalitario que ha excluido de la esfera social a la mitad de la población, haciendo creer a la otra mitad que es víctima de un estado fascista que les quita el dinero y la libertad, y que sus conciudadanos son invasores o colonos. Así pues, con el germen del odio anidado en buena parte de ellos, ¿cómo vamos a sorprendernos de que una manifestación acabe a porrazos y a tortas? ¡Pues normal, si es que no puede pasar otra cosa!
¡Esto, esto es lo que molesta a esta gentuza, que les lleven la contraria y que haya quien desafíe su hegemonía! Pues así están las cosas. Ni multas, ni infamias, ni insultos, ni amenazas, ni agresiones ni la policía política pararán la liberación de las calles, que no son suyas.
El nacionalisme va convertir la tragèdia dels atemptats del 17-A en una eina contra el govern, contra el rei i contra Espanya.
Ara, un any després, tot continua igual. En comptes de recordar les víctimes, continuen amb la obsessió del procés. Malparits!