«Al final descubrí por qué no puedo librarme de mi culpa blanca. Es porque no la tengo[1]».
Jim Goad.
Es este uno de esos libros que no deja indiferente al lector, no cabe duda, y es también un libro no apto para gente con la piel fina, sensiblones. El lenguaje utilizado es con frecuencia duro, incluso agresivo y soez en ocasiones, y el tono agresivo; diríase que al autor, Jim Goad, le gusta provocar, lo busca. No en vano, Goad significa ‘aguijón, y de veras que puede presumir de llevar el apellido con justicia. En principio no es tampoco un libro apropiado para los talibanes de la corrección política, especialmente en estos tiempos que corren de victimismo con el tema racial, sobre todo en EE.UU. con la omnipresencia mediática y callejera del movimiento marxista Black Live Matters aunque, probablemente, es precisamente a estos talibanes a los que más convendría leer la obra de Jim Goad.
El autor, como les decimos, es un tipo sin pelos en la lengua y es culpable de varios crímenes: Es blanco, no se avergüenza de ello, no se siente culpable y, además, osa dejar constancia escrita de ello. Arremete, además, contra los auto proclamados propietarios de la superioridad moral. Tremenda osadía. Pero claro, es que resulta que Goad hurgó lo que pudo en la historia familiar, y descubrió que muy probablemente es descendiente de esclavos blancos. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Esclavos blancos? ¡Eso es por definición imposible!, pensarán la mayoría de ustedes. Pero no, no lo es. Lo que pasa es que a usted, mi blanco lector, le han bombardeado desde que tiene memoria con la idea de que el racismo es cosa de blancos, única y exclusivamente, y no sólo eso, sino que la cosa ya ha llegado a un punto en que casi hay que disculparse por ser blanco, aun cuando usted no haya esclavizado a un negro, amarillo, rojo, verde o naranja en su puñetera vida. Bien, sepa usted que la misma palabra ‘esclavo’ es una derivación del término ‘eslavo’, es decir, europeo del norte-este, blanco para más señas.
El libro, a juicio de un servidor, podría haber prescindido de dos capítulos, ‘ocio duro’ y ‘rezar duro’, y obtener el mismo resultado: desmontar mitos de la corrección política, concretamente respecto al tema del racismo, y sacar las vergüenzas de la bien pensante sociedad urbanita norteamericana, principalmente el clasismo. Aun con dos capítulos innecesarios, es sin duda un librazo que vale la pena leer. No le va a dejar indiferente.
Y llegados a este punto, supongo que alguno de ustedes se preguntará: Bien, ¿pero qué narices es un redneck? Literalmente significa ‘cuello rojo’, es decir, la nuca quemada de trabajar al sol, y se aplica el adjetivo a los trabajadores blancos de clase baja, principalmente sureños. Suele traducirse al español como ‘paleto’. De una forma más genérica, son conocidos también en Estados Unidos como ‘white trash’, basura blanca. Sí, sí, basura blanca. ¿Se imaginan que alguien hablara de basura negra? El eco del escándalo llegaría a todos los rincones del planeta. El libro es una encendida defensa del redneck, verdadero punching ball y objeto de desprecio de las clases acomodadas norteamericanas: «A medida que se desvanecen las oportunidades para la mano de obra no cualificada, la basura blanca puede que se vuelva desagradable. Y se politizará de un modo que te hará retorcerte. Estos “lunáticos paranoicos de derechas” tienen razón en una cosa: el resto del mundo va a por ellos. […] A la basura blanca no le quedan sueños. […] Y, como las ratas suburbiales que siempre habéis dicho que somos, solo nos queda la opción del contraataque. […] La siguiente escamaruza étnica a gran escala de Estados Unidos puede que sea interracial: basura blanca vs dinero blanco[2]».
Tratar como escoria a un trabajador blanco de clase baja no sólo es que sea frecuente, es que no está mal visto, y el autor lo demuestra con una gran cantidad de ejemplos.

Goad nos muestra en esta obra como miles y miles de europeos pobres y presidiarios fueron enviados a Estados Unidos en condición de «siervos», es decir, de esclavos (el término se utilizaba indistintamente), y como además muchos de ellos morían por las crueles condiciones a las que eran sometidos durante el viaje o su explotación. Sostiene una tesis, compartida por quien les escribe, según la cual la verdadera razón de la esclavitud de los negros no fue el racismo, sino la propia condición humana, la explotación del hombre por el hombre: «La necesidad de esclavizar es en realidad ciega al color. Los africanos eran imperialistas; solo que no se les daba muy bien. […] Cartago poseyó temporalmente una porción de Europa y envió a multitud de guerreros blancos conquistados a trabajar como esclavos en el norte de África. […] los moros africanos invadieron el sur de España en el siglo VIII y lo tuvieron bajo su dominio durante prácticamente quinientos años en los que se dedicaron a mandar a incontables cristianos blancos al cautiverio en Egipto y en el Mediterráneo[3]». Y así podríamos seguir un rato, poniendo ejemplos, pero es suficiente. ¿Aún sigue creyendo que el tráfico de esclavos es cosa de blancos? En fin, aunque así fuera, en todo caso sería cosa de algunos blancos de algunas épocas concretas, no de todos los blancos y menos aún de los que no sólo no hemos tenido esclavos, sino que nos hemos dejado el lomo trabajando. Pero quedémonos con lo importante, con lo nuclear: es la propia condición del ser humano la que lleva a algunos a tratar a sus semejantes como a bestias, y no el color de la piel: «Como pasaba con los esclavos negros de África, los esclavos blancos de Europa estaban siendo raptados y embarcados fuera del país no por puros motivos de odio humano, sino porque resultaba muy provechoso[4]».
El autor, al tiempo que saca a relucir el clasismo de los progres blancos acomodados, atiza de paso a otros mitos sociales estadounidenses, como que la Guerra de Secesión de Estados Unidos fue a causa de la esclavitud, ya saben, los buenos del norte que querían liberar a los esclavos contra los malvados del sur. Bien, pues Goad deja a Abraham Lincoln, presidente y líder del Norte en la guerra, con el culo al aire reproduciendo citas suyas. Para muestra un botón del «amor» de Lincoln a los negros: «[…] no estoy a favor de propiciar de ninguna manera la igualdad social y política de las razas blanca y negra; que no estoy, ni lo he estado nunca, a favor de convertir a los negros en votantes o miembros de un jurado, ni de capacitarlos para que desempeñen un cargo público, ni de que contraigan matrimonio con gente blanca; y añadiré a esto que existe una diferencia física entre las razas blanca y negra que creo que siempre impedirá que las dos razas vivan juntas en términos de igualdad social y política[5]». O esta otra, ya puestos, sobre su verdadero objetivo con la guerra: «Mi objetivo primordial en esta lucha es salvar la Unión, no salvar ni destruir la esclavitud[6]».
Vaya, pero eso sí es racismo. Entonces qué nos estás contando, habrá pensado más de uno. Es que Goad, en su obra, no niega que exista el racismo. Lo que niega es que la esclavitud fuera cosa exclusiva de blancos sobre negros. Lo que niega es que, basándose en esa falsedad, los negros de hoy en día tengan derecho al pataleo y los blancos tengan que sentirse culpables. Y lo que afirma es que, más que una cuestión de racismo, la esclavitud de los negros en Estados Unidos fue cuestión de intereses económicos de blancos ricos. Goad desnuda un clasismo evidente por parte sobre todo de los progresistas blancos, dicho sea de paso, como demuestra el vilipendio al que se somete a los trabajadores blancos de clase baja. «El privilegio cutáneo es, en buena medida, un mito vendido por quienes se sienten incómodos ante la idea del privilegio de clase. No se trata de la piel, se trata de la clase. No es epidérmico, es jerárquico[7]», afirma el autor, que además sostiene que hay «más histeria racial que racismo demostrable[8]».
En los dos últimos capítulos Goad se despacha a gusto contra el falso racismo y contra el clasismo y la hipocresía de los progres, disparando a discreción y dejando frases que son oro puro que no reproduciremos aquí porque les animamos a leer el libro. Sólo les diremos que el último capítulo lleva por título ‘Varios argumentos de peso para la esclavización de todos los progresistas blancos’, metafóricamente hablando. Bueno, suponemos. Quizá sea más bien una pregunta para el autor. Léanlo y disfruten.
[1] ‘Manifiesto Redneck’, Jim Goad. Barcelona, Dirty Works, 2017, p. 79.
[2] Ibíd., p. 56.
[3] Ibíd., p. 69.
[4] Ibíd., p. 88.
[5] Ibíd., p. 310.
[6] Op. Cit., p. 311.
[7] Ibíd., p. 152.
[8] Ibíd., p. 295.
Pocas veces he leído una reseña tan buena de un libro, gracias por compartirlo, será mi siguiente lectura, seguro
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