«naus d´Espanya, sempre avant!;
al topar-se Europa i Àsia,
una o altra al fons del mar».
Jacint Verdaguer.

Allá por la segunda mitad del siglo XVI el Imperio Otomano está en plena expansión y su armada parece no tener rival en el Mediterráneo. Los otomanos se habían hecho fuertes conquistando paulatinamente territorios del Imperio Bizantino, alcanzando su máximo esplendor en los siglos XVI y XVII. El detonante que llevaría finalmente a la lucha en el golfo de Lepanto fue la conquista turca de Chipre a la República de Venecia en 1570. Los musulmanes suponen, pues, un serio peligro para la cristiana Europa —salvo para Francia, aliada de los turcos— y, principalmente, por cuestión de cercanía, para Italia y por supuesto para España. Para contrarrestar esta amenaza, los venecianos piden ayuda pero, en un principio, sólo el Papa Pío V responde. Finalmente, el Santo Padre convence al rey Felipe II para formar una coalición. Así, el 25 de mayo de 1571 los Estados Pontificios, Venecia, Malta y España forman la que será conocida con el nombre de Liga Santa.
La principal batalla de la coalición fue la que nos ocupa, la batalla de Lepanto, que tuvo lugar hace exactamente 450 años en el golfo del mismo nombre. Al mando de la flota cristiana, un ilustre: don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II. A su diestra, otro ilustre, su tutor y asesor en la batalla, don Luis de Requesens, figura capital en la victoria aunque menos popular que el primero. Como no hay dos sin tres, en esta épica batalla participó otro ilustre más, don Álvaro de Bazán. También participó en la lucha un por entonces joven Miguel de Cervantes, que además fue herido en combate en el brazo izquierdo, por lo que sería conocido como el manco de Lepanto. Cervantes describiría este enfrentamiento como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros». Tal fue la magnitud de lo que allí aconteció.

La contienda, en la que participaron unos 140.000 hombres, se saldó con una contundente victoria cristiana. Las dos naves capitanas, la galera La Real de don Juan de Austria y la galera La Sultana de Alí Bajá, protagonizaron un durísimo enfrentamiento directo. Tras una ardua lucha con ambas naves encalladas y sucesivos intentos de tomar la una a la otra, un disparo de arcabuz mató al capitán general otomano. La Liga Santa perdió 12 galeras y unos 7.600 combatientes, mientras que los otomanos perdieron entre 25.000 y 30.000, y varios miles fueron hechos prisioneros. Además, miles de esclavos cristianos que hacían de remeros en la flota musulmana fueron liberados. La Liga Santa, además, apresó 190 galeras enemigas, si bien una parte era ya inútil y fue quemada.
La derrota supuso un duro golpe para el Imperio Otomano y frenó su expansión mediterránea, si bien es cierto que los cristianos no supieron aprovechar la ocasión para sacarle rédito a la victoria. La muerte de Pío V en mayo de 1572 y los desacuerdos entre españoles y venecianos, ya que éstos no querían mantener una guerra prolongada con los turcos, acabó dando al traste con la Liga Santa en marzo de 1573. Los venecianos no sólo no recuperaron Chipre, sino que además aceptaron una paz en unos términos propios de un perdedor. Una oportunidad perdida, sin duda, pero también una victoria gloriosa, épica e incontestable contra un enemigo que parecía invencible.
[…]
«surgen entonces en tropel los miles de cautivos que
se afanaban bajo el mar,
blancos de dicha, y ciegos de sol, y aturdidos de
libertad.
Vivat Hispania!
Domino Gloria!
¡Don Juan de Austria
ha liberado a su pueblo!»
Gilbert Keith Chesterton. Lepanto.