Las campanadas de la blasfemia

En la pasada Nochevieja, la presentadora de las campanadas en TVE, una tal Lalachus, blasfemó sacando una estampita del Sagrado Corazón de Jesús, pero con la cabeza de una mascota de un programa de televisión (una vaca) en lugar de Jesucristo. No vamos a reproducir aquí la imagen porque, uno, todos ustedes la habrán visto ya a estas alturas, y dos, porque fácilmente confundirían a la oronda presentadora con la vaca. Oh, vaya, ¡se me ha escapado! Pero dejen que me explique: esta ha sido la reacción de muchos ante la blasfemia, insultar a la presentadora mencionando, casi siempre, su obesidad. Es una reacción lógica, humana y comprensible pero innecesaria, y que además ha sido aprovechada por los tergiversadores de siempre para señalar a los católicos. O sea, que insultan lo que es sagrado para uno, reacciona —visceralmente, eso sí— y encima el malo es el ofendido. Es fantástico, oigan. Eso sí, son los mismos a los que luego se llama ofendiditos, o sea, los que se ofenden por cosas que, a veces, ni siquiera tienen malicia. Al final todos nos ofendemos por algo, pero el problema no es que nos ofendamos los católicos, sino que la ofensa es a Dios. En cualquier caso, un poquito de empatía estaría bien. La segunda reacción más frecuente ha sido: «con Mahoma no se atrevería». Y es verdad, no se atrevería. Pero quizá convendría dejar de centrar la ira en la presentadora —que se merece lo suyo, sin duda— y reflexionar sobre una cuestión: por qué, en uno de los momentos del año que más espectadores congrega ante el televisor, una moza insulta a Dios en la televisión pública.

La presentadora, al igual que otros progres de su especie, falta al respeto al Sagrado Corazón de Jesús porque es una mediocre y necesita, de alguna manera, llamar la atención y hacer méritos para ganar reconocimiento entre los de su especie, los progres; es decir, entre los resentidos. Theodore Kaczynski, Unabomber, en su manifiesto ‘La sociedad industrial y su futuro’, definió a la izquierda más como un tipo psicológico que como una ideología. No iba del todo desencaminado, ni mucho menos. «Las dos tendencias psicológicas que sirven de base al izquierdismo moderno las llamamos “sentimientos de inferioridad” y “sobresocialización”», dice Unabomber, que además no se queda ahí y atribuye al izquierdista —en general—, además del sentimiento de inferioridad, «baja autoestima, sentimientos de impotencia, tendencias depresivas, derrotismo, culpa, autoaborrecimiento, etcétera». Continúa Unabomber: «Los izquierdistas odian todo lo que tenga una imagen de ser fuerte, bueno, y exitoso. (…) odian América, odian la civilización occidental, odian a los varones blancos, odian la racionalidad. […] Dicen que odian Occidente porque es guerrero, imperialista, sexista, etnocéntrico, pero cuando las mismas faltas aparecen en países socialistas o culturas primitivas, encuentran excusas para ellos. […] Así, está claro que estas faltas no son los motivos reales para odiar América y occidente: odian América y occidente porque son fuertes y exitosos». Sustituyan ‘América’ por ‘España’ y tienen un retrato psicológico del progre izquierdoso autóctono bastante aproximado a la realidad. Por eso, tras casi veinte años presentando las campanadas una mujer guapa como Anne Igartiburu han puesto a esta otra, para darnos la murga con lo woke incluso en Nochevieja y tratar de convencernos de la belleza de lo que no es bello. De hecho, muy probablemente, si no fuera progre y estuviese gorda no hubiera presentado las campanadas. Las reacciones de algunas feministas, insistiendo en lo guapa que iba, así lo hacen creer; si fuera guapa y hubiera ido guapa no necesitaría que la tropa feminista saliera a convencernos. Dicho esto, coincido en que no está bien insultarla haciendo referencia a su físico.

Blasfema también porque es una soberbia que no acepta que haya una realidad superior a la suya propia. Lo hace porque se siente ofendida y quiere ofender. Lo hace porque está incardinada en una mentalidad, la progresista, que odia a Dios. Que Le odia porque Él es la Verdad, el Bien y la Belleza, y la modernidad es fea y relativista, y por tanto niega el concepto mismo de verdad. Niegan con su relativismo también lo propio del Hombre, su capacidad racional, mediante la cual podemos, precisamente, conocer la Verdad y discernir el bien del mal. Insulta/n al Sagrado Corazón porque son progresistas, porque creen que el hombre está mal hecho y que, mediante el progreso, se perfeccionará.

Sagrado Corazón de Jesús, ¡en Vos confío!

Insulta/n a Dios porque ven en Él un freno al hecho de hacer lo que les dé la puñetera gana, porque son amorales, porque sin una ley eterna se podría obrar mal sin problemas de conciencia, porque la Ley de Dios no se amolda a sus intereses. Pero claro, no se puede vivir sin moral, sin una ética, ni que sea relativa y cambiante como la izquierdista, y luego se las dan de moralmente superiores y criminalizan a los que piensan diferente. Pedantería nauseabunda. Conviene, en este punto, volver a Unabomber: «El izquierdismo es una fuerza totalitaria. Dondequiera que esté en una posición de poder tiende a invadir toda parcela privada y fuerza a todo pensamiento a un molde izquierdista. En parte es por el carácter casi religioso de este, todo lo que sea contrario a sus creencias representa el pecado».

Insultan al Sagrado Corazón porque, en el fondo, odian al Hombre mismo, hecho a imagen y semejanza de Dios. Y de ahí a las ideologías, al mito del hombre nuevo, al ecologismo, al animalismo, al homosexualismo, el transexualismo… Es la abolición del hombre, que diría C. S. Lewis: «En los antiguos sistemas, tanto el tipo de hombre que los educadores han pretendido producir como sus motivos para hacerlo estaban prescritos por el Tao[1]: una norma a la que estaban sujetos los propios maestros y frente a la que no pretendían tener la libertad de desviarse. No aquilataban a los hombres según un esquema por ellos prestablecido. Manejaban lo que habían recibido: iniciaban al joven neófito en el misterio de la humanidad que a ambos concernía; es decir: los pájaros adultos enseñando a volar a los jóvenes. Pero esto se modificará. Los valores no son simplemente fenómenos naturales. Se pretende generar juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación. Sea cual fuere el Tao, será el resultado y no el motivo de la educación. Los Manipuladores se han emancipado de todo esto. Han conquistado una parcela de la Naturaleza. El origen último de toda acción humana ya no es, para ellos, algo dado. Es algo que manejan, como se hace con la electricidad: es misión de los Manipuladores controlar dicho origen y no someterse a él. Saben cómo concienciar y qué tipo de conciencia suscitar. Ellos se sitúan aparte, por encima. Estamos considerando el último eslabón de la lucha del Hombre ante la Naturaleza[2]». Pero el Hombre es como es, no se puede cambiar su naturaleza. Todo intento está condenado al fracaso. Concluye Lewis: «(…) si el hombre elige tratarse a sí mismo como materia prima se convertirá en materia prima; no en materia prima a manipular por sí mismo, como con condescendencia imagina,  sino a manipular por la simple apetencia, es decir, por la mera Naturaleza, personalizada en sus deshumanizados Manipuladores».

Para concluir, volvemos brevemente al «con Mahoma no se atrevería». Es cierto. La cuestión es por qué. Que cada uno de nosotros haga el debido examen de conciencia.

Y no olviden nunca lo que Nuestro Señor le dijo al P. Bernardo de Hoyos: «Reinaré en España y con más veneración que en otras parte».

Lo Rondianire


[1] Se refiere el autor a la Ley Natural o Moral Tradicional.

[2] LEWIS, Clive S. Ediciones Encuentro. Madrid, 2016, pp. 63-64.


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