«España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas».
Marcelino Menéndez Pelayo, ‘Historia de los heterodoxos españoles’, 1880-1882.

Paraules profètiques de l’insigne catòlic Marcelino Menéndez Pelayo, nascut a Santander el 1856. Escriptor, crític literari i també polític, no es pot negar que va tenir certa clarividència.
Espanya va tenir unitat política per primer cop a l’època visigoda, amb la conversió al Catolicisme del Rei Recaredo l’any 589, anunciada al III Concili de Toledo i que va suposar la unitat religiosa del regne i la conformació d’un sol poble entre visigots (majoritàriament arrians) i hispanoromans (catòlics). Les divisions internes i enfrontaments entre els visigots, però, van afavorir la invasió sarraïna l’any 711, on l’exèrcit visigot va ser derrotat a la batalla de Guadalete. Els musulmans van conquerir pràcticament tota la Península Ibérica, interrompent així aquesta unitat, i van romandre fins a la definitiva derrota del regne nassarita de Granada el 1492, punt final de l’empresa històrica de la Reconquesta. Els cristians tornaven a ser amos de la seva terra i amb els Reis Catòlics tornaria la unitat política.

Espanya esdevindrà, a partir d’aquí, en un Imperi que té com a eix central la defensa del Catolicisme, sent portadora d’uns valors profunds sense els quals no es possible entendre Occident. La decadència i progressiva debilitat, la nefasta classe dirigent i posterior pèrdua de l’Amèrica hispana van acabar per qüestionar la idea mateixa d’Espanya.
I així hem arribat al 2017, amb una esquerra que renega d’Espanya perquè no suporta, anticlerical com és, la història nacional. Una esquerra que aporta avui dia personatges com Zapatero («la nación es un concepto discutido y discutible»), Pedro Sánchez («España es una nación con “al menos” tres naciones más: Cataluña, País Vasco y Galicia), Pablo Iglesias («visca Catalunya lliure i sobirana» o «yo no puedo decir España, no puedo utilizar la bandera roja y gualda… soy un patriota de la democracia y por eso estoy a favor del derecho a decidir») o Ada Colau («aunque no he sido nunca independentista, en la consulta del 9-N me planteo votar sí-sí’» [a un Estat propi per a Catalunya]). Mare meva, quin nivell.
Així hem arribat on estem, amb Espanya en procés de dissolució per culpa, també, d’una dreta covarda i corrupta, incapaç de combatre al camp de les idees perquè no en té, que s’aferra al poder i a la Constitució, que no entén que Espanya és fruit d’un procés històric i no d’un pacte social. Una dreta estèril i acomplexada que no serveix per res.
També, diguem-ho clar, per culpa d’un nacionalisme espanyol uniformador que no comprèn que ser català i/o parlar en català, com fer-ho en gallec o en basc, és una forma d’Hispanitat. Un nacionalisme espanyol que no ha estat capaç de construït un relat sòlid de la història i de la idea nacional, encapsulat en els toros i el flamenc, com si no hi hagués res més, cosa que han fet perfectament els nacionalismes catalans i basc.
I no, no ens oblidem d’ells, els nacionalistes. El nacionalisme és la paparra de Catalunya. Des de Prat de la Riba, passant per Companys, Macià, Pujol i fins a arribar a Cocomotxo, tenim tota una tradició de falsos, megalòmans, mentiders, supremacistes, corruptes i colpistes amb cap respecte per res tret de la seva pròpia voluntat. Això sí, una cosa la tenen clara: Tenen una missió, un objectiu, tenen determinació. Justament el que li falta a la immensa majoria dels que són i a més encara se senten espanyols.
Quo vadis, Espanya?
CASTELLANO
ESPAÑA, ABANDONA. ¿QUIÉN TE DEFIENDE?
«España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas».
Marcelino Menéndez Pelayo, ‘Historia de los heterodoxos españoles’, 1880-1882.

Palabras proféticas del insigne católico Marcelino Menéndez Pelayo, nacido en Santander en 1856. Escritor, crítico literario y también político, no se puede negar que tuvo cierta clarividencia.
España tuvo unidad política por primera vez en la época visigoda, con la conversión al Catolicismo del Rey Recaredo en 589, anunciada en el III Concilio de Toledo y que supuso la unidad religiosa del reino y la conformación de un solo pueblo entre visigodos (mayoritariamente arrianos) e hispanorromanos (católicos). Las divisiones internas y enfrentamientos entre los visigodos favorecieron la invasión sarracena en 711, donde el ejército visigodo fue derrotado en la batalla de Guadalete. Los musulmanes conquistaron prácticamente toda la Península Ibérica, interrumpiendo así esta unidad, y permanecieron hasta la definitiva derrota del reino nazarí de Granada el 1492, punto final de la empresa histórica de la Reconquista. Los cristianos volvían a ser amos de su tierra y con los Reyes Católicos volvería la unidad política.

España llegará a ser, a partir de aquí, un Imperio que tiene como eje central la defensa del catolicismo, siendo portadora de unos valores profundos sin los cuales no se posible entender Occidente. La decadencia y progresiva debilidad, la nefasta clase dirigente y posterior pérdida de la América hispana acabaron para cuestionar la idea misma de España.
Y así hemos llegado al 2017, con una izquierda que reniega de España porque no soporta, anticlerical cómo es, la historia nacional. Una izquierda que aporta hoy en día personajes como Zapatero («la nación es un concepto discutido y discutible»), Pedro Sánchez («España es una nación con “al menos” tres naciones más: Cataluña, País Vasco y Galicia), Pablo Iglesias («viva Cataluña libre y soberana» o «yo no puedo decir España, no puedo utilizar la bandera roja y gualda… soy un patriota de la democracia y por eso estoy a favor del derecho a decidir») o Ada Colau («aunque no he sido nunca independentista, en la consulta del 9-N me planteo votar sí-sí’» [a un Estado propio para Cataluña]). Madre mía, qué nivel.
Así hemos llegado donde estamos, con España en proceso de disolución por culpa, también, de una derecha cobarde y corrupta, incapaz de combatir en el campo de las ideas porque no tiene, que se aferra al poder y a la Constitución, que no entiende que España es fruto de un proceso histórico y no de un pacto social. Una derecha estéril y acomplejada que no sirve para nada.
También, digámoslo claro, por culpa de un nacionalismo español uniformador que no comprende que ser catalán y/o hablar en catalán, como hacerlo en gallego o en vasco, es una forma de Hispanidad. Un nacionalismo español que no ha sido capaz de construir un relato sólido de la historia y de la idea nacional, encapsulado en los toros y el flamenco, como si no hubiera nada más, cosa que han hecho perfectamente los nacionalismos catalán y vasco.
Y no, no nos olvidamos de ellos, los nacionalistas. El nacionalismo es la garrapata de Cataluña. Desde Prat de la Riba, pasando por Companys, Macià, Pujol y hasta llegar a Cocomocho, tenemos toda una tradición de falsos, megalómanos, mentirosos, supremacistas, corruptos y golpistas con ningún respeto por nada excepto de su propia voluntad. Eso sí, una cosa la tienen clara: Tienen una misión, un objetivo, tienen determinación. Justamente lo que le falta a la inmensa mayoría de los que son y además todavía se sienten españoles.
Quo vadis, España?